domingo, 20 de mayo de 2007

Variaciones


La Cosa

Un día, volvía yo a mi casa de una aburrida conferencia sobre filosofía de la mente, a la cual apenas había prestado atención, cuando sentí la cosa. No sé si llamarla dolor o qué. En todo caso era como un desgarramiento. Algo se arrancó de mí crudamente y comenzó a llevar una existencia aparte. Ya era de noche y, atemorizada, apuré los pasos, porque esa cosa que se había desgarrado de mí ahora me seguía, iba detrás de mí quién sabe con qué propósito. El miedo me obligó a correr con toda el alma. La cosa se quedó atrás emitiendo sonidos. Parecía que me llamaba, que pronunciaba mi nombre, o algo parecido, con una voz aguda que me hizo pensar en un dardo. Al llegar a casa me apresuré a cerrar rápidamente la puerta tras de mí y todas las ventanas. Había actuado con prontitud y la cosa se quedó afuera. Oí que golpeaba aquí y allá tratando de entrar, gimiendo de una manera que me llenó de lástima. La lástima y el miedo luchaban en mi interior. Ya parecía que la lástima iba a ganar la partida cuando mi mano derecha, con un sentido práctico verdaderamente admirable, encendió la televisión y subió el volumen al máximo. Era la hora de las noticias y me preparé temblorosa un sándwich. Interrumpí un momento este acto para cerrar también todas las persianas porque la cosa me espiaba y golpeaba los vidrios. Así pasé la noche en medio de tiros, insultos y músicas tensas. También encendí el equipo de sonido para que llenara los pocos instantes de silencio restantes. A la mañana siguiente llamé por teléfono a la oficina para reportarme enferma. Mi jefe farfulló algo incomprensible y colgó. Volví a llamar y esta vez mi jefe se enfureció y me dijo a los gritos que dejara las bromas, que fulanita, o sea yo, estaba en su escritorio desde las ocho de la mañana. Me vestí apresuradamente y fui a la oficina. Efectivamente, allí en mi escritorio, muy concentrada en su trabajo, estaba yo. Traté de volver a casa pero me perdí inexplicablemente. Fui a dar a las afueras de la ciudad y cuando por fin, al retorno, divisé mi vivienda, ya había oscurecido. Quise entrar pero mi llave no servía. Todas las ventanas estaban cerradas. A través de una de ellas me vi a mí misma comiendo un sándwich frente al televisor, tal como yo hacía cada noche. Comencé a golpear el cristal y a llamarla (o llamarme) a los gritos. Ella entró en pánico. Corrió las persianas y tal como hiciera yo la noche anterior al ruido del televisor añadió el del equipo de sonido. No me extrañó que al día siguiente llamara al trabajo para reportarse enferma. Incluso alcancé a oír los gritos de mi jefe que dijo estar harto del jueguito.


Adelantado

Una noche cuando volvía a casa muy cansado descubrí que yo ya estaba allí frente al televisor comiendo un sándwich como todas las noches. Lamenté mucho este atraso en el que sin darme cuenta había incurrido. Quise llamarme la atención para ver cómo resolvíamos el asunto pero yo estaba concentrado en las noticias y no me hacía ningún caso. Entonces, algo indignado, pensé que no era sólo que yo hubiera incurrido en un atraso sino que también había incurrido en un adelanto. Esperé a quedarme dormido para prepararme por mi cuenta un sándwich y sentarme frente al televisor a comerlo. Luego de hacer esto me quedé dormido. Al despertar ya me había ido a la oficina. Por supuesto, cuando llegué era tardísimo y mi jefe se mostró muy contrariado. Me disgustó mucho que me pusiera como buen ejemplo a mí mismo que había llegado con diez minutos de adelanto. Durante una semana, o así, traté sin éxito de darme alcance. Por más que corriera y me apresurara, siempre llegaba tarde. Esto me deprimió, perdí la energía, me entregué al abandono, no me molesté más por perseguirme. Yo era temporal y lógicamente inalcanzable. Cierta mañana mientras me hallaba amargamente echado sobre la cama me iluminé de repente. No había cosa más absurda que estar deprimido, todo lo contrario, la situación me favorecía enormemente. Ya que mi yo adelantado lo hacía todo, yo podía por ejemplo divertirme. No era muy dado a divertirme así que me costó un poco tomar la decisión de ir a la playa, lugar donde la gente supuestamente se divierte. Fue grande mi sorpresa cuando al llegar vi que yo ya estaba allí bañándome, asoleándome y tomándome una cerveza, en resumidas cuentas, divirtiéndome. Salí corriendo a la oficina. Mi jefe se mostró extrañado pues yo siempre llegaba adelantado. Me preguntó si me sentía bien. Le di una excusa complicadísima que ni yo mismo entendí mientras me dirigía apurado hacia mi escritorio para recuperar el tiempo perdido. A medida que avanzaba el día iba sintiéndome cada vez mejor. Era un alivio para mí no tener que divertirme y que el adelantado se encargara de eso.
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1 comentario:

telxiope dijo...

Sabes que me recordo? una de esas historias de La Dimension Desconocida¡¡¡¡ Esta buena