sábado, 12 de mayo de 2007

Sala de espera

Cierta vez un señor sentado en una silla balanceaba despreocupadamente el pie derecho y observaba con tranquilidad este balanceo, no desprovisto de gracia y elegancia, por sus ritmos tenues, sus regularidades, simetrías, leves rupturas, discrepancias sutiles, maliciosos compases que se alejaban unos pasos hacia ciertos arbustos discordantes, bruscos vuelcos voladores de retorno hacia la triunfal o plácida armonía, vislumbres silenciosos pronosticando crescendos vacilantes, casi rumiantes, pero tan paulatinos, persistentes, que nadie, o casi nadie dudaba, aumentarían su afán hasta el apremio, inminente sería alcanzar el filo del abismo, para llevar por fin a cabo el estrepitoso arrojo suicida de timbales, campanas tubulares, triángulos, címbalos, panderetas, mientras un bisturí corretearía en los tímpanos crispados, con sus aristas púas sopranas, hasta acabarse el aire y desfallecer verticalmente los divinos pulmones. Se oyen entonces los violines, no se sabe si muertos de la rabia o de la risa, aunque esto último es probable, pues el pie balanceado ha demostrado ya mucha satírica artimaña, por ejemplo: del precipitarse de timbales sólo surgió la música de un heladero que lentamente subía de niño en niño la cuesta y el bisturí de la soprano sonó a bisagra oxidada. Sin embargo, el señor que observaba su pie en incesante balanceo no parecía contrariado. Oh, no. Cierta curvatura en la comisura izquierda de sus labios orientada hacia arriba, apuntando la oreja de este señor secreto que jugaba al engaño musical con un pie tan etéreo, y quizás por eso llamativo, pues el pie suele balancearse de impaciencia, y no por burla estética, la curvatura, digo, y el interés que todos le prestaban, en aquella sala de espera de un dentista, obligaba a pensar que todo era intencional, deliberado.
Pero, quizás por sentirse tan mirado, el balanceo del pie cesó de pronto, y los ojos del señor, antes serenos, distraídos, ajenos a su entorno, recorrieron caras de índole diversa, aunque prevalecía en ellas lo absorto, suspendido, cierta ausencia de caras en sus caras, y esas miradas boquiabiertas ante el pie cuyo balanceo había de súbito y desdichadamente cesado. No era un señor tímido, pero sufrió un leve sonrojo. Por favor, dijo una señora sentada a su lado, por favor, siga. Los demás se unieron a este ruego: sí, señor, por favor, no se detenga, siga. ¿Seguir? ¿Qué cosa? No entiendo, afirmó con cierto asombro desconfiado. Siga balanceando su pie, señor, es muy interesante. Extraordinario, dijo otro. Un genio, es usted un genio, susurró una muchacha lacrimosa. El balanceo de su pie, dijo un intelectual que por fortuna allí se encontraba, es una antimarcha, el máximo boicoteo del preludio, acérrima sátira de las formas musicales que han orientado nuestra mente por el camino del hábito, nuestras formas emotivas así sufriendo el complejo de la causa y el efecto, una linealidad interpretativa, que el Caos denuncia: ¿qué huracán de las Antillas, por ejemplo, ha promovido ese aleteo fugaz e inofensivo, en la amarilla mariposa que cruzó por mi vista esta mañana? Cada nota, acorde, ritmo nos ata o nos desata un nudo, somos esclavos de pasiones que la música nos dicta, perpetuando sus venenos pasionales. Pero su pie se balancea en elocuente silencio unos minutos y todo lo resuelve: El punzante bisturí de la soprano se disuelve con aceite Tres en Uno, de la hecatombe de timbales nos salva un heladero, y así, el triunfalismo, los mausoleos de guerra, los arrogantes uniformes, pueden desviarse entre arbustos espinosos, volver como piltrafas a las avenidas victoriosa de la muerte, con la mirada en blanco. El idioma que su pie habla en balanceo, nos ha hecho entender que muchas obras de arte inmortales irrespetan el tiempo de la vida. Yo creo que esta revelación no debe ser pasada por alto y que en lugar de estar aquí esperando turno para que un taladro perfore nuestras muelas debemos irnos ya mismo a la taberna de la esquina a celebrar esta nueva esperanza.
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